Folclore de guerra.
Interpolación tierra y libertad
El folclore de la guerra civil empezó así para mí. Un domingo mientras iba hechos unos zorros a por agua a la fuente de San José ya que en mi casa no tengo agua, y este mes tenía luz por puta casualidad, me encontré junto a la fuente a un anciano mirando fijamente las montañas reclinado sobre su silla de ruedas. Explicaba algo mascando las palabras que yo apenas comprendía. Me acerque con disimulo y le escuche decir:
Durante años y años en estas montañas han crecido amapolas sangrientas sobre las eras llenas de metralla, mientras tenga memoria vivirán todos aquellos que lucharon por un mundo más justo e igual para todos.
El anciano notó mi presencia y me miró observando el jarro de agua en mis manos, mi ropa harapienta, y me sonrió.
Sus palabras me causaron una especie de respeto y vergüenza por la vida miserable que llevo, como tantos y tantas, y de la que no encuentro salida. Mientras frente a la fuente se veía a un grupo de personas divirtiéndose de lo lindo en las terrazas tragando en paz y alegría todo lo que querían. Aquella otra parte estaba solo separada de nosotros por el estrecho barranco que forma el río seco de las grutas de San José.
Entonces llego la guerra un aburrido domingo.
Una pequeña parte de la sociedad de vall´d uixó que estaba harta de comer y de ver la naturaleza abrupta de las cuevas de San José, así como las montañas llenas de higos chumbos exigía al ayuntamiento fiesta y ocio. Había que hacer algo rápido para no aburrirse, ya que al día siguiente tendrían que ir a las oficinas como si fueran al frente de batalla.
Y el ayuntamiento respondió llevándoles unos tipos con uniforme del corte inglés, bien comidos y vestidos que eran los tipos más normales e integrados que uno pueda encontrar entre la moralina burguesa del lugar. Habían formado algo así como una asociación llamada colinas de la guerra que entraban custodiados por la policía local con sus vehículos de la guerra civil sorteando las mesas de los bares cuyos burgueses regentes se frotaban las manos con las ganancias que les iba a dar la atracción de la guerra.
Desde luego no deshelaba la entrada de estos militares de domingo esa terrible comedia que es la guerra donde el desprecio por nuestros semejantes se hace virtud.
Aquí la virtud de la guerra era la paz y la diversión.
Los dos bandos en litigio confraternizaban e iban juntos a los bares a pedir cerveza, mientras las muchachas, lejos de fingir que no tienen interés por la guerra, aprovechaban para subirse a los vehículos militares a ver como quedaban en las fotos.
Los niños mal acostumbrados por la paz y falta de disciplina de la democracia disparaban con sus rifles de juguetes a la gente haciendo el ruido de las balas con la boca.
¿ Qué le parece lo que ve?- le pregunte al anciano que había a mi lado que miraba asombrado.
Deberían hablar con los familiares que tenemos gente enterrada en las cunetas si tienen interés en saber algo de la guerra civil- respondió cuando un megáfono anuncio la excursión.
Señores y señoras nos vamos a ver trincheras.
Entonces se formó algo parecido a una gran desbandada, como si un ejército huyera derrotado y mezclado con el pueblo. Los motores de los coches militares cuya belleza bélica había engalanado y engrandecido con una nueva estética el paraje natural de las grutas arrancaron. Les seguían personas de las mesas de los bares: chicas en minifalda, perrillos que ladraban alegres porqué se iban de paseo.
El capitán Cornelius desde el jeep animaba a la gente:
Vamos visitar la guerra niños y niñas.
Y os prometo que la excursión será distraída.
Nos veréis luchar y morir,
Y al momento levantar.
La guerra no es nada.
Es en la paz,
en las colas del paro,
de cáritas,
de la cruz roja,
en el camino que hacen por europa los refugiados,
Donde están las fosas.
Angelillo de Uixó
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