martes, 31 de marzo de 2020

Una abeja que pasaba





Hace un par de días tuve un momento de solidaridad. – Ahora que esta tan extendida, o de moda si quiere decirse. Y esto así, no por que un virus haya vuelto a la gente solidaria practicante; sino que el mundo la necesita debido una pandemia que nos está matando. ¡ como las hambrunas olvidadas  a los africanos! Cosa que a nadie, mejor dicho,  a casi nadie de mi alrededor , que yo sepa, les importaba cuando veíamos comiendo las noticias. Ahora si que importa la mortandad por una plaga, debido a que ocurre a los primer mundistas. La solidaridad yo siempre la he practicado con el más necesitado. Pocas veces con el rico.  Creo en ella más que en el dinero, que en Dios, que en el sexo y que en la muerte; pese a verla visto muy pocas veces en mi vida, como todo lo anterior, y en ninguna entre los más desgraciados que más la necesitan, y a los que gritan desde la seguridad y la distancia:
 !Pero ayudaros a vosotros mismos desgraciados!

 Me ocurre con la solidaridad algo semejante a los testigos de Jehová, y muchos  políticos  de España. Estos firmemente  creen que al poner una marca con sangre de cordero en la puerta de su casa, que les va alejar la amenaza.  Yo también creo en ella,  ya que la quiero llevar a una cuestión de F, por que lo que he visto...De la solidaridad no hay que esperar recompensas, como pasó en mi solidario cautiverio con una abeja que pasaba. Tuve la necesidad imperiosa de socorrerla. No había nadie a mi alrededor ; ya que estaba todo el mundo en su casa confinado. Me puse en su lugar:
-         Y si fuera yo el que hubiera tenido un accidente, me gustaría que me ayudaran.
Podía haberme dado a la fuga; fue un accidente. 
Yo subía con la escoba y el recogedor por una escalera artesanal que había hecho mi abuelo hacia décadas,    ya le quedaban muy pocos peldaños. Trepaba como una mano, con la otra llevaba por el aire una escoba, un recogedor, bolsas de basura. Subía   a  un cuartito de unos tres metros cuadrados, y unos dos metros y medio de altura. Este lo  había hecho yo  en la galería trasera hacia unos años para guardar  una lavadora y la bomba de agua. Aparatos novedosos que llegaron a mi vida en el año 2004, hasta el 2008. La lavadora hace 12 años que quedó  inservible, como la bomba de agua . Se quemaron el mismo día. El fallo de la bomba estropeó la lavadora.  EL terrado de este cuartito al que quería llegar,  está sujeto con una viga, que era un listón de una cama donde descansaban los bardos donde dormía  la lechada de hormigón , y que crujía cuando la pisaba  igual que cuando dormía en ella. Subir a este lugar me servía para trepar, por la falta fatal de peldaños de la escalera tullida, a la terraza superior. Esta era la de la casa que iba a limpiar porque iba a llover.   Fue entonces lo que ocurrió.  Cuando asomé la cabeza mientras iba subiendo la escalera,  noté un golpe.  Era la abeja que chocó contra mi cráneo. Apareció inesperada y colosal en su trayectoria . Debiéndole parece como a un paracaidista turístico, de esos que lanzan los aviones chilenos  como moscas para que den vueltas por las cabezas  de la Isla de Pascua. Pero por una fatalidad del destino, que no estaba escrita  en los panfletos turísticos de España, va contra ellas debido a que el viento le empuja, mientras ingleses, holandeses , alemanes,   miran al español que ha puesto al paracaídas la bandera de España para que se enteren de donde es,  le hace fotos divertidos de su fin. Este se va a hacer viral sin remedio en esos países. El paracaidista resignado, solo puede agachar la cabeza, y aceptar su ridículo final diciendo a las cabezas:
No somos nada.

Ellas parecen entenderle.  Están allí quietas, pensantes, sin inmutarse ante el Fin. Observan  al ser humano desde hace siglos y siglos cometer todo tipo de estupideces, como los hombres que las crearon para convertirlas en divinas a través de la palabra. Fueron capaces de hacer esto, y capaces de extinguirse. Desparecieron de la isla de Pascua los seres humanos, cuando talaron todos los árboles:
Algo así debió pensar mi abeja tras el impacto cayendo  en barrena.
Y yo pensando que sin las abejas nos extinguiríamos.
Afortunadamente la localicé enseguida. Estaba parada. El viento soplaba muy fuerte. Unas nubes, negras y blancas, muy bajas que pasaban muy rápido anunciaban agua inminente. Lo primero que hice fue ver si respiraba. La agité con mi mano. Al contacto, intentó huir. Como si arrancara, levantó las alas para volar. Pero no podía. Yo  la veía avanzar bajo un viento que la mecía de forma semejante a un huracán. Estaba viva. La cogí entre los dedos, elevándola hasta mi ojos. Ella me miraba mientras yo miré  a mi alrededor sobre el pequeño pedestal crujiente de unos 3 metros cuadrados a unos  8 metros de altura mientras la alentaba con unas palabras:
¡Oh , triste visión!
En esta terraza a la que me encaramo,
Ver caída , el símbolo del silencio.
¡ Pobre abeja!
Venías con el fruto del laurel de casa a cuestas,
En esta primavera de hombres callados,
Que fecundan las flores.
Pero silencio, silencio,
que divago y hay mucha faena.


Con cuidado de no chafarla, ni perderla si abría   mi mano donde estaba confinada,
bajamos. La dejé en la mesa. Fui a la cocina a buscar miel, pero no quedaba; pero encontré sirope de agave que presto le llevé.  Entretenido frente a ella, observaba  como sacaba su trompa succionadora, cuando rápidamente detectó el olor . A los pocos segundos estaba hasta con las patas sumergida en el sirope. La última vez que supe de ella estaba en el cortaúñas. Lo había dejado en  la mesa un día que me las corté antes de comer para poder coger el pan sin que se quedara trinchado.

Angelillo de Uixó.

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