Hace un par de días tuve un momento de solidaridad. – Ahora
que esta tan extendida, o de moda si quiere decirse. Y esto así, no por que un
virus haya vuelto a la gente solidaria practicante; sino que el mundo la
necesita debido una pandemia que nos está matando. ¡ como las hambrunas
olvidadas a los africanos! Cosa que a
nadie, mejor dicho, a casi nadie de mi
alrededor , que yo sepa, les importaba cuando veíamos comiendo las noticias. Ahora
si que importa la mortandad por una plaga, debido a que ocurre a los primer
mundistas. La solidaridad yo siempre la he practicado con el más necesitado.
Pocas veces con el rico. Creo en ella
más que en el dinero, que en Dios, que en el sexo y que en la muerte; pese a
verla visto muy pocas veces en mi vida, como todo lo anterior, y en ninguna
entre los más desgraciados que más la necesitan, y a los que gritan desde la
seguridad y la distancia:
!Pero ayudaros a vosotros mismos desgraciados!
Me ocurre con la
solidaridad algo semejante a los testigos de Jehová, y muchos políticos de España. Estos firmemente creen que al poner una marca con sangre de cordero
en la puerta de su casa, que les va alejar la amenaza. Yo también creo en ella, ya que la quiero llevar a una cuestión de F,
por que lo que he visto...De la solidaridad no hay que esperar recompensas,
como pasó en mi solidario cautiverio con una abeja que pasaba. Tuve la
necesidad imperiosa de socorrerla. No había nadie a mi alrededor ; ya que
estaba todo el mundo en su casa confinado. Me puse en su lugar:
-
Y si fuera yo el que hubiera tenido un accidente, me
gustaría que me ayudaran.
Podía haberme dado a la fuga; fue un accidente.
Yo subía con
la escoba y el recogedor por una escalera artesanal que había hecho mi abuelo
hacia décadas, ya le quedaban muy pocos peldaños. Trepaba
como una mano, con la otra llevaba por el aire una escoba, un recogedor, bolsas
de basura. Subía a un
cuartito de unos tres metros cuadrados, y unos dos metros y medio de altura.
Este lo había hecho yo en la galería trasera hacia unos años para
guardar una lavadora y la bomba de agua.
Aparatos novedosos que llegaron a mi vida en el año 2004, hasta el 2008. La
lavadora hace 12 años que quedó
inservible, como la bomba de agua . Se quemaron el mismo día. El fallo
de la bomba estropeó la lavadora. EL
terrado de este cuartito al que quería llegar, está sujeto con una viga, que era un listón de
una cama donde descansaban los bardos donde dormía la lechada de hormigón , y que crujía cuando
la pisaba igual que cuando dormía en
ella. Subir a este lugar me servía para trepar, por la falta fatal de peldaños
de la escalera tullida, a la terraza superior. Esta era la de la casa que iba a
limpiar porque iba a llover. Fue entonces
lo que ocurrió. Cuando asomé la cabeza
mientras iba subiendo la escalera, noté
un golpe. Era la abeja que chocó contra
mi cráneo. Apareció inesperada y colosal en su trayectoria . Debiéndole parece
como a un paracaidista turístico, de esos que lanzan los aviones chilenos como moscas para que den vueltas por las
cabezas de la Isla de Pascua. Pero por una
fatalidad del destino, que no estaba escrita
en los panfletos turísticos de España, va contra ellas debido a que el
viento le empuja, mientras ingleses, holandeses , alemanes, miran
al español que ha puesto al paracaídas la bandera de España para que se enteren
de donde es, le hace fotos divertidos de
su fin. Este se va a hacer viral sin remedio en esos países. El paracaidista
resignado, solo puede agachar la cabeza, y aceptar su ridículo final diciendo a
las cabezas:
No somos nada.
No somos nada.
Ellas parecen entenderle. Están allí quietas, pensantes, sin inmutarse
ante el Fin. Observan al ser humano
desde hace siglos y siglos cometer todo tipo de estupideces, como los hombres
que las crearon para convertirlas en divinas a través de la palabra. Fueron
capaces de hacer esto, y capaces de extinguirse. Desparecieron de la isla de
Pascua los seres humanos, cuando talaron todos los árboles:
Algo así debió pensar mi abeja
tras el impacto cayendo en barrena.
Y yo pensando que sin las abejas
nos extinguiríamos.
Afortunadamente la localicé
enseguida. Estaba parada. El viento soplaba muy fuerte. Unas nubes, negras y
blancas, muy bajas que pasaban muy rápido anunciaban agua inminente. Lo primero
que hice fue ver si respiraba. La agité con mi mano. Al contacto, intentó huir.
Como si arrancara, levantó las alas para volar. Pero no podía. Yo la veía avanzar bajo un viento que la mecía de
forma semejante a un huracán. Estaba viva. La cogí entre los dedos, elevándola
hasta mi ojos. Ella me miraba mientras yo miré
a mi alrededor sobre el pequeño pedestal crujiente de unos 3 metros cuadrados
a unos 8 metros de altura
mientras la alentaba con unas palabras:
¡Oh , triste visión!
En esta terraza a la que me
encaramo,
Ver caída , el símbolo del
silencio.
¡ Pobre abeja!
Venías con el fruto del laurel de
casa a cuestas,
En esta primavera de hombres
callados,
Que fecundan las flores.
Pero silencio, silencio,
que divago y hay mucha faena.
Con cuidado de no chafarla, ni
perderla si abría mi mano donde estaba
confinada,
bajamos. La dejé en la mesa. Fui
a la cocina a buscar miel, pero no quedaba; pero encontré sirope de agave que
presto le llevé. Entretenido frente a
ella, observaba como sacaba su trompa
succionadora, cuando rápidamente detectó el olor . A los pocos segundos estaba
hasta con las patas sumergida en el sirope. La última vez que supe de ella
estaba en el cortaúñas. Lo había dejado en
la mesa un día que me las corté antes de comer para poder coger el pan
sin que se quedara trinchado.
Angelillo de Uixó.
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