jueves, 11 de agosto de 2016

50 años después

Los quintos que cumplen 50 años este año han decidido realizar una cena en Aliaga. En estas reuniones es inevitable los recuerdos y las anécdotas del tiempo de infancia y juventud. Para la mayoría era el tiempo estival que empezaba cuando Perfecto nos trasladaba desde Teruel en su viejo autobús con asientos de escay en un trayecto con sucesivas e interminables paradas. A su llegada empezaba el veraneo que transcurría en la piscina, la biblioteca, el rio, el castillo, la plaza o el campo de futbol. A pie o en bicicleta se disfrutaba de la libertad en el espacio y el tiempo. También nos movíamos a la Porra y la Cederilla, lugares de ocio para hablar y comer pipas 'La Cumbre'. De buena mañana nos despertaba la corneta de Marcelino, el alguacil, con: -Se hace saber que…en el bote se vende! Y por la noche toda la chiquillería a jugar a plante alrededor de la bola sin hora de regreso a casa. Los domingos misa de doce en la Ermita de la Zarza. Con la camisa y el pantalón más nuevos nos dirigíamos camino de la Ermita para escuchar a Clemente. Luego era la hora del aperitivo en los bares La Parra, El Rey y Los Cortantes. El Economato de la empresa, la Central Térmica, era el gran almacen para las compras. En un gran mostrador te ofrecían ultramarinos (establecimiento comercial que vende diversos productos) y pan con el pago a la cajera, Ramona. En el pueblo había otros comercios como Pilarín, Augusto, Bernarda y la venta ambulante (sobre todo la esperada llegada del 'de Fuentes'). También Alicia, muy simpática y agradable, nos vendía leche en su casa. Había comercios especilizados como las carnicerías de los Cortantes y Teodora o la ferretería de Máximo. Como peluquerías de señoras Primi y Mari; para los caballeros Cristóbal nos peinaba con la raya y una onda en la frente. El horno de Vicente tenía una puerta doble, desvencijada y de gastada pintura verde. Con intenso olor a pan te asomabas al interior llevado por el olfato y la curiosidad. Las mujeres preparaban ricas pastas caseras con moldes de aluminio en una amplia mesa preparada para ello. La mujer de Vicente, Palmira, te lo vendía mientras ponía orden en la algarabía del establecimiento. Al final del pueblo, en un bajo, Rufino arreglaba las bicicletas y tras su jubilación como mecánico Germán tomó el relevo. La botica o farmacia se emplazaba en un bajo luego reconvertido en un comercio. El suelo era de viejos listones de madera que crujían al andar y a la llegada del coche de línea Félix recogía los paquetes médicos por una propina. Timotea con un timbre de voz particular y unas gruesas gafas atendía en el estanco. Al fondo de la entrada de la casa se encontraba una ventana para el despacho de tabacos. Para llamar por teléfono nos atendía Marina a través de unas clavijas. Hablábamos en una cabina pero nuestra conversación era escuchada por los vecinos que esperaban turno. Como enterrador, basurero, jardinero o desatascando un emboce se ocupaba Santiago 'El obrero' y posteriormente Antonio. Don Antonio sustituyó al médico de la empresa, Don Octavio, y pasado los años se construyó una clínica para atender a los pacientes. Lázaro, con barba y de edad indeterminada, aparecía por el pueblo de vez en cuando. Iba solo y recogía pieles de conejos. Para los chavales su presencia era un misterio y siempre se le respetó por sus conocimientos del campo. Es una época pasada pero no olvidada al formar parte de nuestras experiencias. Son historias de vida de Aliaga que se insertarán en las conversaciones de la cena. A los fontaneros

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